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Psicosociales

'Yo mismo soy'

'Yo mismo soy' Con mucha frecuencia escuchamos decir a la gente frases o sentencias que expresan verdades irrefutables que describen modos de ser y de proceder que están bien arraigados en nuestra cultura. ‘Yo mismo soy’, es una de ellas, que, probablemente, muestra el júbilo del yo más íntimo al sabernos cerca a una oportunidad que esperamos tanto; es el salto alegre de un ego postergado que atisba una revancha o, tal vez, un inflado estado de ánimo que nos predispone a atrevernos a todo, a lidiar con lo que nos salga al frente.

No está mal, claro, puesto que una dotación importante de autoestima y de sabernos capaces, es indispensable en estos días. Sobre todo cuando vemos que muchos de nosotros estamos invadidos por inseguridad y falta de confianza; cualidades tan escasas en nuestro medio, pero de suma importancia actualmente en donde la alta competencia es la pauta de acción en todos los ámbitos de la vida.

El 'Yo mismo soy' está en cada uno de nosotros; es patrimonio de nuestro ser más íntimo. Sin embargo, poseer poco o mucho tiene sus consecuencias. Su exigua presencia inmoviliza y es probable que se termine sintiendo incapacidad para todo; su abundancia puede conducirnos a perder de vista la realidad, debido a que corremos el riesgo de ser incapaces de reconocer nuestras limitaciones o a desconocer que nuestra humana naturaleza nos pone barreras que no podemos sortearla sin la ayuda de nuestros semejantes u otros instrumentos, o sea caemos en la soberbia de creernos sabelotodo y puedelotodo; de forma que olvidamos, por ejemplo, que no podemos estar más que en un lugar a la vez y que, desde donde estamos, sólo podemos observar una pequeña parte de la realidad que nos rodea.

Ahora, el modo en que hacemos las cosas no surge de la nada, sino que está condicionada por cuestiones culturales y una situación socioeconómica concreta. Así, por ejemplo, si nos disponemos a hacer las veces de un carpintero, gasfitero o mecánico no es solamente por que hemos sido influidos por la moda del ‘hágalo usted mismo’, sino por que no tenemos la suficiente economía como para contratar un experto. Pero si todo quedara allí, no resultaría un problema puesto que estos son oficios menores con los que se solucionan reveses caseros.

El problema surge cuando este modo de obrar se generaliza, es decir, se actúa de la misma manera tanto en la casa como en el trabajo, en el quehacer hogareño como en el profesional. Así, vemos al ingeniero haciendo de médico o de abogado; al economista de químico o psicólogo y peor aún, decidiendo por ellos.

Este modo de obrar es bastante común en la sociedad peruana; en la casa y en la empresa; en todos los ámbitos de la vida. Una persona decide por todos sin apoyarse muchas veces en nada, no acepta sugerencia ni consulta a nadie. El que asume una jefatura pronto se cree Dios, el que sabe todo y puede todo; la oficina marcha bien cuando se ejecuta todo lo que el jefe cree que está bien, y nada se hace si no él no interviene, aunque sus consecuencias sean desastrosas.

Esto es dramáticamente evidente en el deporte. El entrenador se cree médico, psicólogo, gurú, padre y madre de sus pupilos: ‘él mismo es’ lo dice y hace; y quién no cambia de actitud ni ante sus más bochornosos fracasos; inclusive, trata de dirigir a los que observan un partido, es decir a los hinchas, periodistas, árbitros. Al uno le dice lo que debe mirar, al otro lo que informará y al otro que jugadas sancionará.

También lo vemos a diario en el periodismo, televisivo sobre todo; más de un relator de noticias se cree dueño de la verdad; da a sus comentarios y opiniones validez absoluta o se comporta como si fuera la verdad misma.

Pero es probablemente más preocupante cuando lo vemos en política, en la cual notamos su presencia desde hace muchos años. Cuándo el político habla de todo y en nombre de todos. Y trata de hacer creer a la gente que es él único capaz de gobernar el país.

Y esto se observa desde el momento en que el político entra en campaña electoral. El candidato dirige sus spots publicitarios, diseña sus afiches, sabe mucho de marketing, de la psicología del elector, se vuelve sociólogo, antropólogo, experto en imagen, hasta modisto. Además, cuando forma su lista, llama a quien sea, sin importarle quien es la persona que se une a su grupo. Justamente por que cree que él lo controlará, lo dirigirá y estará en todo. Así, ‘Yo mismo soy’, si no lo dice, lo hace; imagina que su sola presencia moviliza la honestidad, la fidelidad, la ciencia y el saber en todos sus seguidores. Se cree el Dios que salvará a la nación, solucionará sus problemas con un solo ademán y despertará la obediencia con una mirada; a sus seguidores educará con la sola intención y con un gesto el abogado será médico, el periodista ingeniero antropólogo, sociólogo, etc.

Con esta actitud Fujimori se unió a Montesinos, con las consecuencias que se conocen. La campaña electoral está cerca y, seguramente, habrá muchos ejemplos que nos ilustren. En anteriores elecciones esta actitud significó la caída de muchos. Los candidatos actuaron –y actúan aún– como si fueran dueños de alguna cualidad que les hace ser indiscutibles, indispensables, infalibles; se creen dueños de la mente de los miles de electores, quienes les han dado licencia para decir y hacer lo que quieran y que les perdonarán todo.

Pero la simple vanidad de la vida, la cultura del ‘Yo mismo soy’, no sirve para solucionar problemas concretos de una nación. La arrogancia, el sentimiento de superioridad echan por tierra todo plan de gobierno; ni siquiera la sola buena intención es suficiente. De forma que el problema de un candidato no es sólo su plan de gobierno sino que, antes de asumir poses de salvador o gran jefe, debería preocuparse por la gente que ejecutará dicho plan, en todos los niveles de acción. Ya que, si bien la historia enseña que hubo grandes líderes, hacemos notar que éstos no hubiesen sido tales sino se hubieran rodeado de gente tan valiosa como él; es decir, nunca un solo hombre gobernó o condujo un país; pues los que están de tras del líder, desde el más sencillo obrero, son los que deciden el éxito o el fracaso de toda empresa, por que, al final, él se convierte en flagelo de la masa actuante; ésta lo arrastra.

Finalmente, destacamos que la realidad actual exige profesionalismo total y completo; la alta competencia es la pauta de vida de este nuevo milenio, en donde el trabajo individual ha sido superado por el trabajo en equipo. Ahora, todos los ámbitos del quehacer humano reclaman formar equipos de trabajo interdisciplinarios — como dicen los entendidos— para abordar con eficiencia un problema presente; el que bebería estar formado por personas seleccionadas con sapiencia y minuciosidad, expertos en sus respectivas áreas de competencia y de honestidad comprobada. El siglo XXI ya no tolera más a los que se proclaman reyes ni dioses; sino que nos exige apostar por aquel que se muestra como un obrero más, dispuesto al arduo trabajo y a poner su ciencia, sus mejores oficios, su honestidad al servicio de una causa. Los retos de este nuevo siglo nos obligan a reorientar nuestra acción y disponernos a luchar con honestidad, emoción y consecuencia por la causa de todos: el Perú.

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